lunes, 11 de junio de 2012

Ventana


Despertar con la morriña por la mañana y por costumbre resistirme a despegar los párpados, gruñir frunciendo el ceño y suspirar. Girarme y ponerme de cara a la pared, retorcerme y acurrucarme en una posición fetal tan apretada que las rodillas casi me rozan la barbilla. Los sueños se entremezclan con la realidad y los músculos se tensan anhelando un buen estiramiento. Me rindo a la mañana y me volteo de cara a la habitación, todavía apretando el edredon contra mis hombros y abrigándome la nuca. Me concentro y soy valiente, abro los ojos, se me dilatan las pupilas. Por la ventana se cuela una luz rosácea que me invade como el humo, su color se cuela por mis ojos, me penetra en la nariz, la respiro por la boca, se introduce por todos los poros de mi piel. Y respiro profundo y la absorbo. Retengo el aire y retengo la luz. Retengo la energía. Retengo por unos instantes todo lo bueno que me va a ofrecer el día y con una sonrisa que aparece de repente desde lo más profundo de mi me sorprendo emocionada. La vida se cuela por mi ventana cada mañana y yo dejo que me invada. És facil sentir la potencia de la vida cerca del polo. Cerca del polo el amanecer es tan eterno que se confunde con el inmortal atardecer. El sol tiene el poder. El sol me remite a mi Yo más profundo. A mi Yo que es uno con la naturaleza. A mi Yo que es uno con la luz y es uno con la inmensidad. Que es puro, el Yo que siempre me gustaría ser. Un Yo sin miedos, sin obligaciones, un Yo sin preocupaciones y sin complejos, un Yo que no se preocupa por la opinión de los demás y que está tranquilo, una parte de mi que solo quiere ese Yo. Un Yo que no necesita nada más que saber que está vivo para sentir que vale la pena vivir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario